Sobre literatura de Córdoba

Comentario breve sobre las Letras y los Letrados de Córdoba

Nuestra literatura desde la década del 40, ha mantenido un ritmo de crecimiento, ausente en otros momentos de su historia. Los autores cordobeses comenzaron a escribir de un modo dilatado, más sistemático, maduro y constante. Sin embargo, nuestro relevamiento da cuenta de que nuestros escritores se han inclinado más hacia la escritura de la poesía que hacia el cultivo del resto de los géneros. Silenciosa y silenciadamente, a lo largo del siglo XX, la literatura "de Córdoba" comenzó a definirse, a adquirir y a mantener ciertos rasgos que la distinguen y la definen. Este pasaje se realizó mediante la plasmación recurrente de temas, tópicos, formas, modos, esquemas y estructuras discursivas y textuales.
El esfuerzo de los escritores se vio acompañado por el trabajo sostenido de un importante número de empresas editoriales, como fue el caso de Assandri, los Establecimientos Gráficos Biffignandi, la Editorial Provincia, la de Alberto Burnichón, o la de  Francisco Colombo, Editorial Rossi o Centro, etc. Estas empresas perduraron hasta los años ´70, época en que las condiciones del mercado y los acontecimientos de la historia nacional dificultaron el desarrollo de las economías regionales.
Como siempre ocurre, duros son los comienzos y sólo el encontrarse entre pares da la fuerza necesaria para continuar. Así comienza, en los ‘50, el repiquetear de la "Campana de fuego" para convocar a la cultura. Allí habrían de encontrarse Alfredo Terzaga, Marcelo Masola, Carlos Fantini, Emilio Sosa López, Agustín Larrauri, José Cornejo, Enrique y Caracciolo Trejo, entre otros. Este grupo llevará a cabo una singular tarea en lo que se refiere a traducción de obras de poetas ingleses y alemanes, tarea que corría pareja al estudio de las mismas. Por citar algunas, recordamos la traducción de Enrique Caracciolo Trejo de los poetas ingleses del Siglo XVI, de las traducciones que Alfredo Terzaga hizo de los poemas de Arthur Rimbaud y de las que Marcelo Masola hiciera del Diario Fiorentino de Rainer María Rilke y de los poemas de Saint John Perse, traducción que le valió el reconocimiento del propio autor; y las que Enrique Luis Revol realizara de los escritos de Nataniel Hawthorne y Herman Melville para editoriales de Buenos Aires.
Las obras, pese al gran esfuerzo intelectual y material que implican, se mantienen en su mayor parte, poco conocidas o son de difícil acceso, a veces por una cuestión de difusión selectiva (en el  caso de traducciones), o por un problema de distribución en el mercado. Por estos y otros motivos, las letras de Córdoba (para los estudiosos) se mantuvieron y se mantienen aún hoy en el orden de “lo secreto” y para convocarlas hay que llamar a las puertas de unas pocas bibliotecas selectas y de numerosos domicilios particulares.
Córdoba se hace promotora de sus propias lecturas a través de la realización de diferentes antologías, entre las cuales se destaca la Antología de la poesía occidental de Emilio Sosa López. Vale recordar que en estos años, concretamente en 1959, la Editorial Assandri le concede el Segundo Premio Iniciación a Daniel Moyano, por un conjunto de cuentos titulado Artistas de variedades, germen de la novela Una luz muy lejana del año 1966.
Años más tarde surge otro centro nuclear, el grupo "Laurel", congregado alrededor de la persona de su editor, Alberto Díaz Bagú y de sus "Hojas de poesía" en las que se escucharán por primera vez, voces como las de Alejandro Nicotra, Jorge Vocos Lescano, Enrique Menoyo, Osvaldo Guevara, Julio Requena, Alfredo Ottonello Guevara y Lila Perrén de Velasco, entre otros, quienes representarán puntos de referencia y de inflexión para las nuevas generaciones. Comienzan, además, las "Tardes de la Biblioteca Sarmiento" y los Encuentros de Poetas de Villa Dolores, fundados y  promovidos anualmente por Oscar Guiñazú Álvarez, y que continúan luego de su fallecimiento.
Este movimiento de poesía que se inicia con “Laurel” no es superado coetáneamente por ninguna otra tendencia, y a partir de él, los autores se individualizan. Lo que había sido una clamorosa irrupción, poco a poco se va acallando en aras de complejas búsquedas personales, con intentos de dispar envergadura y de escasa convocatoria.
Este decurso culmina hacia 1976, cuando el golpe militar silencia casi la totalidad de voces, como por ejemplo las de las ediciones grupales del “Sapo de Arena” nacidas en el seno del “Taller del escritor”, surgidas en torno a las figuras de Luis Ammann y Francisco Colombo y que nuclea a los poetas Daniel Vera, Susana Cabuchi, Ofelia Castillo, Angel Zapata, Rafael Súcari, Mirtha Christiansen y Julio Castellanos, entre otros.
Hacia finales de los ‘60, además, comienzan a sobresalir nuevas escrituras como las de los poetas Romilio Ribero, Osvaldo Pol y Glauce Baldovín, quienes se inician en la creación y dan a conocer sus particulares mitologías (si bien ésta última demorará la publicación de sus poemarios hasta los ‘90).
A partir de la década del ‘80 se produce un fecundo renacer, que se mantiene durante los ‘90, floreciente en cuanto a extensión y profundidad. En el silencio y en el exilio, aquella voz adolescente maduró en obras de jerarquía, y se origina una profusión de ecos y llamados que ayudan a apuntalar lo que parecía perdido a causa de las restricciones que impuso la historia. La polifonía de voces se manifiesta en grupos originados en talleres literarios, entre los que se destacan –en Córdoba capital- los llamados “Homero Manzi”, “Raíz y palabra”, “Letra Libre” y “Sol Urbano” y debe añadirse la significativa tarea de difusión de Alejandro Schmidt de Villa María, poeta él mismo y editor, a través de las “Carpetas de Poesía” de su Editorial Radamanto. Lejos quedan los modelos literarios de Leopoldo Lugones y Arturo Capdevila, que inspiraron a tantas individualidades y acallaron o condicionaron a muchas otras.
Mediando los ‘80 pero decididamente en los ‘90, por citar sólo a algunos, se darán a conocer los nuevos valores literarios y voces tales como las de María Calviño, María Teresa Andruetto, Susana Arévalo, Livia Hidalgo, Esther Ramondelli, Adriana Musitano, Mónica y Graciela Ferrero, Silvia Barei, Susana Romano, María Alicia Dillon, Angélica Garay, Arnaldo Bordón, Aldo Parfeniuk, Pablo y Esteban Anadón, Marcelo Torelli, Alfredo Lemon y Edgardo Pérez. Favorecidos por las nuevas condiciones económicas, los autores pueden publicar bajo los nuevos sellos editoriales locales como Alción, Argos, Narvaja, Del Fundador, Del Boulevard (y otros), aunque una vez más, según afirmamos, obra publicada no implica para ellos, obra reconocida por la crítica y ni siquiera por los lectores, que se identifican mayoritariamente con un círculo selecto.
En lo que respecta a la narrativa, en líneas generales y no sin advertir la falta de sistematicidad y dispersión en la información sobre el tema. En los últimos años, los narradores han cosechado con mayor suerte si de lectores se trata. Sin discutir ni distinguir los méritos literarios, son referentes innegables de nuestra narrativa actual, la novelística de Cristina Bajo y la de Marcos Aguinis.
El siglo XX la ve nacer y desarrollarse desde el comienzo a la sombra de la magnífica obra de Lugones, La guerra gaucha o en los cuentos de Las fuerzas extrañas, mientras que en la vertiente regionalista aparece la Prosa Rural de Martín Gil, curioso intelectual de aquellos años. Por otra parte, en la línea de la crónica y la prosa lírica, que tanto arraigo presenta en nuestra provincia se dan a conocer y se desarrolla el género a través de los textos de Arturo Capdevila, Julio S. Maldonado, Efraín U. Bischoff y Jorge Orgaz y en estos últimos años, Daniel Salzano.
La narrativa cordobesa, a principios de siglo, posee un gran auge nacional (e internacional) con la obra de Gustavo Martínez Zuviría (Hugo Wast), quien, gozó la posibilidad, primero, de ser publicado en Argentina y España –al igual que Capdevila- , y segundo, de que varios directores cinematográficos eligieran, entre las treintena de textos editados, los más relevantes de su producción, para transformarlos en guiones en la década del ‘40, con la concomitante difusión que esto significa para el autor. Entretanto, la obra de don Juan Filloy nacía en el silencio y se difundía entre círculos muy restringidos en ediciones de escasísimos números. De esta época son Estafen! Op Oloop y Caterva!  –novelas consideradas por la crítica como las mejores de una vastísima y extraordinaria producción-. El aura de misterio –en la distancia- que rodea al escritor retirado en provincia hace nacer el “Mito Filloy”, ampliamente reconocido por Cortázar, mito que alimenta la figura “escondida” del autor y no (sólo) su escritura.
¿Será ésta la suerte de los narradores cordobeses? Triunfan en el extranjero (tal el caso de Héctor Bianciotti y Tununa Mercado, entre otros) o, se mantienen para un círculo de lectores privilegiados como es el caso de Estela Smania, Gabriel Schapira, Juan Croce, Diego Tatián, Lilia Lardone, Iván Wielikosielek, Carlos Schilling, Perla Suez o Susana Stutz, entre tantos otros? Y la nómina completa sería muy larga.
Nuestra ciudad ha contado con narradores de talla, como Jorge Barón Biza, Carlos Cabrera Álvarez, Graciela Battagliotti y Guillermo Rodríguez por citar nombres de algunos que ya no están. Grupos relevantes han sido “La Cañada” (integrado por Maximiliano Mariotti, Bienvenido Marcos, Renato Peralta, Aldo Guzmán, Carlos Gili, César Altamirano, Juan Coletti, Víctor Retamoza, Polo Godoy Rojo y Avelino Scarafía); luego surgen los “Escritores del Alto” y su contrapartida los “Escritores del sótano”, y en nuestros días, el “Caldero de los cuenteros”, encabezado por Susana Chas, Leonor Mauvecín y el poeta César Vargas. Pero también siguen actuando en el panorama local con excelentes producciones José Luis Bigi, Pedro Adrián Rivero, Alejandro González, Antonio Oviedo, Enrique Aurora, Reina Carranza y Lucio Yudicello.
Entre muchos otros, en Río Cuarto se destacaron Carlos Mastrángelo, Joaquín Bustamante, Juan Floriani y Oscar Maldonado Carulla; en San Francisco encontramos a Fernando López (ganador del Premio “Casa de las Américas”); en la zona de Traslasierra a José María Castellano; en Villa del Totoral a Julio Torres; en Río Tercero, a Azucena Gribaudo y Sergio Colautti (también ensayista).
Córdoba, región central, espacio de conjunciones y disjunciones, provincia mediterránea, la “Docta”, cuna del primer poeta criollo, tiene un perfil propio. Este horizonte, que es de estancia y de tránsito, de confluencia y de frecuente divergencia, de centro que a veces remite a lo particular y a veces a lo universal. Nombramos al pasar algunos ejemplos de este fluir de voces que aquí se instalaron: Alfredo Martínez Howard (de Entre Ríos), Polo Godoy Rojo (de San Luis), Rubén Alonso Ortiz (de Paraguay), Amaro Nay (de Perú), Andrés Rivera (de Buenos Aires) y Pablo Ponzano (de Reconquista, Santa Fe), Juan Coletti (de Mendoza). Hubo asimismo otros que residieron un breve pero significativo tiempo en Córdoba: Carlos Dámaso Martínez, Manucho Mujica Láinez, Francisco Luis Bernárdez, Baldomero Fernández Moreno, entre otros. Hay voces locales que se alejaron físicamente, algunas para no regresar más a Córdoba, es posible mencionar entre ellas a Jorge Vocos Lescano, Antonio Marimón, Tununa Mercado, Rafael Flores, Arturo Capdevila, Ofelia Castillo, Nini Bernardello, Héctor Yánover, Luis Guillermo Piazza, Alfredo Brandán Caraffa, María Adela Domínguez, Rodolfo Godino, Rosalba Campra, Abel Posse, Horacio Cabral Magnasco, Armando Zárate y Oscar Monesterolo.
Para cerrar con referencia a publicaciones referidas a otros géneros literarios, interesa señalar la presencia de ensayistas, autores de numerosos ensayos; que no han tenido la merecida recepción de parte de los lectores, el conocimiento por parte de los pares, ni el reconocimiento en el medio local. El ensayo de Córdoba, en su riqueza, sus afinidades, sus variedades temáticas y sus planteos ideológicos desarrollados a lo largo de una centuria, no cuenta con referencias teóricas que lo hayan destacado. La afirmación es idéntica para lo que hace a la escritura teatral, aunque hay actualmente en la Facultad de Filosofía y Humanidades, un grupo de investigación que aborda los textos de autores cordobeses y las propuestas y problemáticas que presentan.
Es preciso, para concluir esta panorámica, aludir a un proceso que se gestó en Córdoba en torno a María Luisa Cresta de Leguizamón y promoción, investigación y difusión de la literatura infantil y juvenil. La presencia de autores locales, con voces de reconocimiento a nivel nacional, da cuenta del hecho a partir del cual se advierte la marca que dejaron algunos escritores no cordobeses en su paso por el medio cultural local.
En los últimos años del siglo XX se advierte un notable el crecimiento de la producción literaria en nuestra provincia. Según nuestro relevamiento, de los 3700 registros literarios, alrededor del 45% corresponden a las décadas del ‘80 y ‘90, hecho que corre parejo al desarrollo de una conciencia cultural local.


Comentario publicado por Bibiana Eguia, en la Guía bibliográfica de autores y obras de Córdoba siglo XX, Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, 2013.


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La Poesía en Córdoba

Acaso alimentada por el ejercicio de una aplicada tradición, la crítica señala consistencia el curso de la poesía de Córdoba. El origen, inequívoco, está en la figura de Luis José de Tejeda (1604-1680), considerado como "el primer poeta argentino" aún cuando en el siglo XVII no era nuestro país sino un vasto territorio virreinal sin otra identidad que no fuera la del trasplante hispánico. Primer poeta argentino de una Argentina todavía no fundada, desde ese pórtico barroco Tejeda marca un inicio y anuncia un prolongado silencio de más de siglo y medio en el cual "sobrenadan algunos pocos nombres, ya en plena alta mar del acaso merecido olvido", al decir del poeta Marcelo Masola en su Poetas de Córdoba-antología, obra culminada en 1973 y publicada recién en 1995.
Seguramente no será equivocado imaginar en esos años el prolijo ejercicio perceptivo al que la poesía estaría monacalmente destinada: ejercicios en claustros y  relativos a circunstancias religiosas, familiares o festivas acotadas al espíritu de intramuros, que no alcanzarían –más allá de su valor arquitectónico- para definirun cuerpo identificable y propio.
Lejano a aquel pórtico hispánico de Tejeda, recién a fines del siglo XIX, la obra de Leopoldo Lugones (1984-1938) comenzará a hacerse escuchar definitivamente. Y ya en las primeras décadas del siglo XX, se sumará a la producción creciente de Lugones, la poesía de Arturo Capdevila (1889-1967) y, con un alcance discreto –por su estética más dificultosa y menos concesiva- los poemas vanguardistas de Alfredo Brandán Caraffa y los de Juan Filloy, polígrafo y prolífico autor nacido en
1894 y fallecido en julio del 2000.
Recién hacia mediados de siglo, coincidente con el florecimiento poético producido por la “Generación del 40”, la poesía alcanzará un volumen destacable. Por esos años se verifican las obras de dos poetas mujeres: María Adela Domínguez (1907-1963) y Malvina Rosa Quiroga (1900-1982), impregnadas –aunque con disímiles resultados- del aliento neorromántico de la época. Lo decisivo será la presencia del poeta entrerriano Alfredo Martínez Howard (1910-1968) quien, largamente radicado en Córdoba, alcanzará con su puro lirismo uno de los puntos más altos de la poesía Argentina.
En 1950 se publica uno de los libros fundamentales de la poesía cordobesa: Noche y día, de Marcelo Masola (1915-1984). Es el primer título de una obra breve pero profunda y rigurosa que hará de su autor uno de los mayores exponentes de la lírica de Córdoba.
En la década comprometida entre mediados de los 50 y mediados de los 60, la ciudad adquiere una fisonomía moderna, fruto del desarrollo industrial y de la exposición demográfica. Los estudiantes por su parte, siempre importantes en la cultura de Córdoba como lo demostró la Reforma Universitaria de 1918,acompañarán a esta nueva ciudad que se sumará -como por transparencia- a aquella vieja aldea colonial cuyos atributos nunca fueron totalmente opacados. Lo nuevo no clausura lo anterior; la ciudad que se abre hacia otros aires y complejizándose da lugar a expresiones variadas. Son los años de Laurel-Hojas de poesía, cuidada publicación periódica dirigida por el poeta Alberto Días Eagú, en la que aparecen textos de autores como Lilia Perrén de Velasco, Alejandro Nicotra, Osvaldo Guevara, Enrique Menoyo, Jorge Vocos Lescano, Rodolfo Godino, José Alberto Santiago, poetas que tendrán importantes desarrollos y formarán el conjunto vertebral de la producción lírica cordobesa.
Otro grupo importante es el formado alrededor de “La campana de fuego”, colección de la Editorial Assandri. Los poetas cercanos no sólo producirán su obra sino que se manifestarán especialmente interesados en la traducción poética.Formarán este núcleo de inquietudes intelectuales diversos pensadores y escritores como Alfredo Terzaga, Carlos Fantini, Agustín Larrauri, Enrique Caracciolo Trejo, Marcelo Masola.
Son los años de las obras de Enrique Revol, Emilio Sosa López y de los dos libros publicados en vida por Romilio Ribero (1935-1974), un poeta que integra al paisaje lírico cordobés elementos de la estética surrealista. Hacia mediados de la década del 60, comienza a publicar Osvaldo Pol (1935) y aparece Sucesos, libro de Ofelia Castillo (1936) que de alguna manera hace emerger la ciudad en la poesía de Córdoba, vista desde una perspectiva menos tradicional, más contemporánea a la sensibilidad existencialista de los jóvenes de entonces.Un dato importante es la proliferación de grupos literarios, de pequeños cenáculos informales en los que se hablaba con pasión del poema; uno de ellos es el “Taller del escritor”, dirigido por el poeta y periodista Francisco Colombo.
Las décadas del 70 y el 80 serán de expansiones y retracciones sin duda relacionadas con el agitado clima político, ideológico y social. Cada vez será más importante la producción de poemas redactados por mujeres, las que cada vez adquirirán mayor madurez, dejando atrás una perspectiva estética propia de“poetisas” a la que había sido confinadas por una crítica tradicional y rígida, y a la que muchas de las poetas anteriores habían contribuido. Por entonces, se está escribiendo una de las obras de mayor riqueza y fuerza expresivas: es la de Glauce Baldovín (1928-1995), cuya producción comenzará a ser publicada a partir del año 1986.
Hacia los años 90 la industria editorial y el discurso crítico acerca de la poesía cordobesa, crece. Y este crecimiento hace compañía a lo aportado por los escritores. Aquí sólo se trata de sugerir las líneas principales, de señalar algunos de los inevitables protagonistas. Queda la tarea del tiempo y queda la función dela crítica que, es de esperar, se libere de tradiciones y automatismos y logre ver la real dimensión de un ámbito importante de la cultura de Córdoba: el ámbito del poema, el espacio del poeta.

Lic. Julio Castellano.

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La Narrativa en Córdoba

Como arte del relato oral, sin duda es azaroso fechar los orígenes de una narrativa de la que en Córdoba no han quedado testimonios fidedignos, al menos hasta dónde éstos han sido relevados y estudiados. Sí es posible aventurar la hipótesis de que la rica oralidad cordobesa actual- que en una de sus variedades, el humor, nos ha dado una fama y una popularidad que trascienden los límites provinciales-, es el resultado de un proceso de sedimentación en el que se han acrisolado usos lingüísticos, giros expresivos y prácticas sociales y culturales cuya fusión ha originado un producto verdaderamente original. En lo concerniente a las obras conocidas e integradas acabadamente al canon literario, ya en Luis de Tejeda (1604-1680) en su libro de varios tratados y noticias se combinan los registros de la poesía, la autobiografía, la exégesis religiosa y ciertas formas de narratividad en un texto de configuración miscelánea en el que el “pacto autobiográfico” está signado por la ideología barroca del pecado, la culpa y la expiación. Así, es posible afirmar que en este libro fundador de las letras argentinas se hallan los gérmenes de la narración estética, pues en él se incluyen fragmentos en prosa que contienen tanto meditaciones de asunto teológico o doctrinal como pequeños relatos que recrean episodios de la historia sagrada de María y Jesús o que refieren sucesos históricos o anecdóticos contemporáneos al autor, como es el caso de la “Relación dela fundación del Convento de Religiosas carmelitas descalzas de San Joseph” en la ciudad de Córdoba.
Antes de la consolidación de una tradición narrativa, hecho característico de mediados del siglo XX si se exceptúa la obra solitaria de Filloy, el segundo hito de relieve es sin duda la escritura de ficción de Leopoldo Lugones (1874-1938). Los relatos de Las fuerzas extrañas (1906), el gran fresco épico de reconstrucción histórica de La guerra gaucha (1905) y la novela El ángel de la sombra (1926) conforman un tríptico en el que los mayores méritos literarios en el género corresponden, en nuestro criterio, al fantástico mítico, metafísico y de anticipación científica que este autor elabora con destreza formidable en el primero, donde se incluyen cuentos de perfección pocas veces igualada en nuestras letras.
En forma coetánea a la producción lugoniana -recordemos que Lugones se traslada a Buenos Aires a los veinticinco años –se desarrolla lentamente en Córdoba Capital una literatura realista y costumbrista de ambientación rural o urbana en cuyo marco se inscribe, con un giro peculiar, el fenómeno del surgimiento y la decantación de la crónica como especie genérica típica de la época que, en ciertos escritores, adopta modalidades expresivas afines a las de la prosa poética.
Como ejercicio de autoafirmación localista, esta variante textual nacida en la matriz discursiva de la historiografía combina por igual en su formato híbrido elementos tomados primariamente de esa fuente con otros procedentes del campo literario –como es el caso del cuadro de costumbres, la autobiografía, el testimonio existencial y vivencial y, en algunos casos, los procedimientos de ficcionalización-. Esta conjunción de modalidades genéricas apunta, en su contenido, a la construcción de la memoria tanto individual como colectiva y en el caso de esta última, se trata del acervo histórico de una ciudad y una provincia cuya identidad particular se halla en vías de la consolidación. Autores como Julio Maldonado (La Córdoba de mi infancia), Martín Gil(Prosa rural), Jorge Orgaz (Memorias de la ciudad chica) y, más tarde, Juan Filloy (Esto fui) evocan la Córdoba cotidiana de la capital o del interior a través de relatos o cuadros descriptivos a veces pintorescos que enfatizan la relevancia de la anécdota y el color local, intentando a pesar en imágenes la inmovilidad transitoria del flujo interminable de la vida. El lenguaje, en muchos de ellos, recure tanto a formas hispánicas castizas como a variantes lingüísticas locales que comienzan a ingresar paulatinamente en el sistema discursivo de la literatura culta. Igualmente y con gran éxito de público, se despliega por esos años la obra narrativa de Hugo Wast (GustavoMartínez Zuviría), con textos como Desierto de piedra, de gran difusión en los medios consagrados a la enseñanza.
En la década de los treinta, en ediciones de autor de cuidada factura, comienza publicar un escritor cuyo reconocimiento será errático y tardío y no llegará a valorarlo en su justa dimensión: Juan Filloy. Proteico, transgresor y multifacético con su propia obra, este autor –cuyo talento lingüístico como renovador del idioma es comparable sólo al de Lugones- produce en esta época tres novelas que, en opinión de la crítica, son las que acuñan de un modo definido y ejemplar el “estilo Filloy”: Estafen (1932), Op Oloop (1934) y Caterra (1937). A los ocho libros editados en esta década y luego de un silencio de casi treinta años, Filloy sumará, a partir de los 70, una producción que, en todos los géneros literarios y con una estética que conjuga audazmente los recursos del modernismo, el ultraísmo, el naturalismo y las corrientes de la vanguardia en una síntesis única y personal, totalizará cerca de cincuenta volúmenes, de los que se han publicado sólo una treintena.
Radicado en Córdoba, su ciudad natal, desde 1988 y luego de una dilatada residencia en
Río Cuarto, en el sur de la provincia, Filloy expone en su trayectoria la doble exclusión de un autor “de frontera” que aceptó el desafío de escribir “desde el interior del interior”y lo convalidó con una ética profesional irreprochable. Falleció en Córdoba, el 17 de julio del 2000, auroleado por el mito de narrador elusivo, extravagante y genial, hecho que alimentó en torno a él la curiosidad pública pero no le deparó mayormente el éxito lector.
También en esta década, a los 24 años publica su primer novela (Vigilia, 1934) un narrador y ensayista nativo de Córdoba y emigrado de ella a temprana edad, Enrique Anderson Imbert (1910), quien, con el correr del tiempo, descollará como docente y crítico literario especializado en literatura hispanoamericana, con una brillante trayectoria en diversas universidades norteamericanas. En la escritura literaria, este estudioso del cuento en su teoría y en su técnica, registra una copiosa producción cuyos mejores logros corresponden precisamente a su cuentística en el género fantástico.
Como miembro notable de la promoción literaria del 40, el puntano Polo Godoy Rojo(1914) desarrollará en nuestra provincia el sector más importante de su producción narrativa; así, ya en esta década publica sus primeros poemas (Tierras puntanas, 1945)y de cuentos (El malón, 1947). Godoy Rojo, será un autor laureado en diversas oportunidades desde los 60 en adelante, época en la que ya reside en forma definitiva en Córdoba. Las novelas Campo gaucho (1961), Donde la patria no alcanza (1977), Secreto Concarán (1984) y los Cuentos de Conlara (1979) jalonan con sus tramos relevantes una obra tan extensa como prestigiosa, y que se halla hoy en plena madurez creativa.
La década del 50 registra, en lo literario, tres acontecimientos de interés: en primer lugar, la publicación del primer volumen de cuentos Enrique Luis Revol, Conspiradores todos (1954), que será seguido por Los intrusos (1967) y la novela Mutaciones bruscas(1971). Más conocido por su actividad como docente, ensayista y traductor, este brillante intelectual cordobés cultivó una literatura muy depurada y de múltiples intertextualidades, abundantes citas y referencias eruditas.
Luego, en 1955, se traslada a Europa para radicarse definitivamente en París otro escritor cuya celebridad se halla en franco crecimiento: Héctor Bianciotti. Nacido en el interior de la Provincia, en cercanías de Villa del Rosario, su consolidación como narrador comienza con la novela Los desiertos dorados (1975) y se afianza con una decena de títulos de una exquisita factura estética que lo han transformado en uno de los escritores argentinos más premiados y de mayor trascendencia internacional, a lo que 
 de su meritoria designación como miembro de la Academia Francesa (1996).
Sobre el fin de la década, Daniel Moyano (1930-1992), por ese entonces radicado en nuestra ciudad, gana el premio Assandri con su libro de cuentos Artista de variedades que será publicado el siguiente año. Tanto riojano como cordobés por adopción, Moyano, uno de los referentes máximos de la literatura argentina contemporánea ofrendará a Córdoba una bellísima novela que recrea su imagen a través de una admirable topografía poética y simbólica: Un luz muy lejana (1966).
Los 60, como época histórica, marcan la continuidad de la literatura regional en la figura de Jorge Washington Ábalos. Científico y literato nacido en la Plata, gran estudioso de la biología, contribuyó a nuestras letras con una obra de notable difusión popular compuesta, en general, por pequeñas acuarelas descriptivas. En ella se destaca entre otros textos, Shunko.
En otros campos más acordes a la línea experimental y de vanguardia, surge un conjunto de autores que manifestarán coherencia y madurez de producción muchos de ellos hasta entrados nuestros días. El más relevante en el orden nacional e internacionales Marcos Aguinis (Cruz del Eje,1935) médico, psicoanalista, conferenciante y escritor de fuste con novelas como La gesta del marrano (1991), quien inicia su carrera literaria con Refugiados: crónica de un palestino (1969) y gana en 1970 el Premio Planeta por su novela La cruz invertida.
A estos textos de Aguinis, cuyos méritos están avalados por una extensa y consagrada trayectoria, en preciso sumar las primeras narraciones de un grupo de escritores que cultivan el realismo mágico o el fantástico y que verán acreditada su labor con numerosas distinciones: ellos son Pedro Adrián Rivero, cuyas hermosas novelas ambientadas en lo maravilloso serrano-como Los gallos del diablo de 1995- aparecerán entre veinte y treinta años después; Rubén Alonso Ortiz, nativo de Paraguay, autor de intensa y original escritura que publicará su premiado Tres cuentos en 1971 y Sebastián González, eximio artesano del fantástico literario, de obra inédita en su mayor parte pero galardonada en diversos certámenes, director de las revistas Mitos y Monólogos en la década del 70. Igualmente, ensaya sus primeras armas en el campo de las letras el jujeño Raúl Dorra (1937), estudiante y luego docente de literatura en nuestra Universidad, actual residente en México, que evocará la Córdoba violenta de los 70 en su admirable novela corta Donde amábamos tanto (1994).
Por primera vez de un modo trascendente que redundará en obra y divulgación, irrumpe en esta época en Córdoba la narrativa escrita por mujeres. A la figura sobresaliente de Ofelia Castillo y más tarde de Glauce Baldovín en poesía, es necesario adjuntar las de Laura Deventach, luego consagrada a la literatura infantil, la cuentista correntina Daysi Mocetti y Tununa Mercado, exiliada en México en 1976, actualmente en Buenos Aires,que alcanzará notoriedad con textos como Canon de alcoba (1988) y La letra de lo mínimo (1994). En otros órdenes se destacan el excelente cuentista Juan Croce, fundador de la revista Comarca y de la serie El taller del escritor, Alberto Boixadós,docente, investigador y ensayista que incursiona primero en la poesía y más tarde en la novela con su Siembra de silencio (1978), cuya acción se ubica en las sierras de
Córdoba y, en Río Cuarto, el conocido teorizador de la estética y la preceptiva del cuento Carlos Mastrángelo, con otras como Barro limpio y En la orilla del mundo.
En los albores de los 70 surge en nuestra ciudad el grupo literario La Cañada, “uno delos esfuerzos más sostenidos y orgánicos para consolidar el género narrativo”. En el marco de una producción orientada, en términos generales, sea hacia el realismo psicológico costumbrista, sea hacia el fantástico metafísico de inspiración futurista y científica, algunos de los integrantes del grupo recibieron la consagración de importantes distinciones: así, el premio Emecé fue otorgado a Maximiliano Mariotti por Pequeño molino del ocaso (1974), novela de anticipación que describe un mundo posible amenazador y sombrío en el que los acianos serán eliminados inexorablemente; a Juan Coletti en 1978 por El jardín de las flores invisibles, texto de género renovador que configura una secuencia novelada de relatos de acendrado tenor lírico y simbólico,en los que se plantean diversos temas científicos, esotéricos y metafísicos; y a Renato Peralta con su novela Cadena de felicidad, evocación de infancia cuya trama se entrelaza a través de la circulación de cartas y mensajes, trabajada en una prosa límpida,fresca y concisa en la que menudean los toques humorísticos; y, en el caso de Carlos Gilo, deben mencionarse los variados reconocimientos que obtuvo por El arcángel del silencio (cuento, 1975) y La sombra del águila (cuento, 1981). Se trata, en todos los casos, de autores con una obra madura, consistente y estable, que ha crecido y evolucionado a lo largo del tiempo. Otros integrantes del grupo fueron Víctor Retamoza, destacado historiador; César Altamirano-cultor del relato humorístico- y José Aldo Guzmán, doctor en Letras y estudioso de la literatura local, quien publicó en este período el libro de relatos Barranca (1971).
Igualmente, actuaron en forma esporádica con el grupo o lo integraron Avelino Scaraffa, Carlos Squire (Un recuerdo para Jean, 1973), Francisco Colombo (v. la sección “Prosa poética”) y Bienvenido Marcos, médico, periodista y escritor, autor de Pelusa: relatos de suburbio (1973). Entre las antologías más conocidas de esta agrupación es menester citar Córdoba narra (1980), Cuentos de la Cañada (1983) y Alguien narra ala sombra de las tipas (1992).
En esta década, inicia su trabajo de creación literaria con Daimon (1975) el novelista y diplomático Abel Posse. Si bien este escritor no reside habitualmente en Córdoba, es preciso hacer notar que posee una actuación relevante en el ámbito nacional e internacional, hecho que lo hizo acreedor del premio Rómulo Gallegos por su novela entorno a la temática del descubrimiento y la conquista de América Los perros del paraíso de 1982.
Otro narrador, médico y poeta hoy residente en Francia, Bernardo Schiavetta, recibe en 1971 el Premio La Nación por tres relatos, entre ellos, “Gregorio Ruedas”, que cuenta en forma de diario de género fantástico-extraño ciertos hechos sorprendentes ocurridos en Córdoba a fines de los 60. Finalmente, un tercer emigrado, Luis Guillermo Piazza, abogado y funcionario de la OEA radicado en México, escribe por esos años dos novelas cortas, La mafia y La siesta, esta última basada en recuerdos de infancia y ambientada en las serranías cordobesas.
Los 80 traen consigo una renovación de la escena literaria que se intensificará en los últimos años del siglo. El advenimiento de la democracia, la paulatina transformación de las estructuras académicas universitarias, el fin de la censura y la represión generan un impacto cuya profunda incidencia se advertirá con el correr de la década. Así, en 1982 se publica Hay cenizas en el viento, la compleja novela de avanzada del riojano Carlos Dámaso Martínez, radicado en nuestra ciudad desde su niñez y hoy en Buenos Aires, que tiene como trasfondo la época convulsionada del Cordobazo; y comienza a emerger la temática de la violencia social y política, a manera de una reflexión creciente y sostenida que se prolongará en el tiempo. Tres años después, se edita Libro de las equivocaciones del escritor santafesino Guillermo Rodríguez, instalado en nuestro medio desde pocos años antes, narrador y poeta que produce con esta obra un texto singular en su factura, original en su tema y perfecto en su lengua.
En este mismo año de 1985 se publica Una hoja seca y otros cuentos de Alejandro González, hecho que ya anuncia el arribo un inminente de la vanguardia de jóvenes y talentosos narradores que irrumpirán en los 90, sale a la luz la primera novela El derrumbe, del abogado y escritor Lucio Yudicello, a manera del primer paso en una trayectoria que lleva cuatro títulos y gana el premio Casa de las Américas, Fernando López, narrador y magistrado residente en San Francisco que, por el nivel de talento,calidad y productividad de su obra constituye hoy un referente obligado del género en letras cordobesas.
En 1987 se publica la única novela de Carlos Cabrera Álvarez Una pasión inútil que plantea acabadamente la problemática del género sexual y de la búsqueda existencia delos seres “diferentes”. Un año antes, Graciela Battagliotti gana el premio Luis de Tejeda por su De muerte natural, novela intimista centrada en la recreación estética del discurso de la mujer con sus miedos, angustias y frustraciones y, en la misma línea de referencia a la temática de lo femenino o, en otros casos, a la ficcionalización de la historia, comienza a extenderse y proliferar la escritura de las autoras cordobesas,fenómeno que se acentúa aún más en la década siguiente. A la obra de María Mercedes Ocón, premiada por su novela Traslasierra, la ciudad de los Césares (1984), es necesario añadir la de otra pionera en esta dirección: Reyna Carranza, prolífica escritora enrolada actualmente en la narrativa histórica, cuya producción abarca cuatro títulos que se extienden desde Cinco hombres (1983), a La hija del caudillo (inédita). En el interior de la provincia, otra mujer, Azucena Gribaudo, es galardonada por su novela policial Para hablar de nuestros crímenes (1986), género en el que, en lo sucesivo, vuelve a incursionar, instaurando un estilo en el que no tendrá descendencia hasta la década siguiente. Por otra parte, es preciso resaltar el accionar en estos años y ya desde fines delos 70 del grupo de los “Escritores del Alto” con Antonia Izzo y Héctor de Lucio y luego los “Escritores del Sótano” liderados por Pedro Adrián Rivero.
El último período contemplado en esta antología, los 90, reafirma, expande y otorga un protagonismo peculiar a esta escritura femenina: luego del extraordinario éxito de público de la ficción histórica en Como vivido cien veces de Cristina Bajo (1995), le siguen la encantadora novela Stefano de María Teresa Andruetto, el meduloso trabajado de Lilia Lardone en Puertas adentro (novela, 1998). Los dedicados relatos de Hélice Vivanco en sus Cuentos de la provincia y de Susana Sutz en Emboscada (1998), y por último las muy recientes novelas de Estela Nanni de Smania Los malaventurados y de Perla Suez Letargo (2000), tratándose, en la mayoría de los casos, de autoras que se han iniciado en la literatura infantil, género que cuenta en Córdoba con una fértil y dilatada tradición. En esta época también se amplifica y se generaliza el fenómeno del escritor letrado, pensador, ensayista y literato que complementa su labor creativa con los estudios académicos en Humanidades y su trabajo en la docencia, el periodismo, la clínica psicoanalítica o las tareas de animación y promoción sociocultural. Es el caso de José Luis Bigi con una novela que recrea tonos y acentos del habla peculiar cordobesa,Un guacho apellidado Paz (1990); Gabriel Schapira, joven y talentoso cuentista y novelista premiado por su Futbolera y otros cuentos; Sergio Campbell, psicólogo autor de la finísima novela Trazos (1999), ambientada en la ciudad devastada de los años del proceso; Daniel Teobaldi, crítico literario y promisorio narrador fantástico; Diego Tatián, destacado filósofo e investigador, cuentista original en su reciente Lugar sin pájaros (1998); de Carlos Schilling, poeta y periodista especializado en temas de literatura y de estética y cultor de la narrativa de experimentación en su Dos variaciones; y Antonio Oviedo, uno de nuestros mejores ensayistas, que en la década anterior había iniciado una serie de publicaciones en cuento y nouvelle y en estos años edita el volumen de relatos La sombra de los peces (1996). Es también el caso, en el orden de lo femenino, de las autoras como Lilia Lardone, María Teresa Andruetto y Graciela Battagliotti.
En una progresión generacional, tres escritores inauguran o consolidan en esta década su trayectoria: Nilo Toya, fecundo novelista que trabaja el discurso experimental en sus novelas Árbol solo y Crónica del hombre desnudo; José Scangarello, también relevante por su labor como tallerista, formador de escritores y promotor cultural y, EnriqueAurora, autor tanto de la novela policial Una noche seca y caliente (1994) como de una abundante producción inédita de reconocida y consagrada calidad. En el ámbito de la novela autobiográfica o de la autoficción logra también inéditas repercusiones Jorge Barón Biza, con el Desierto y su semilla (1998) e, igualmente, constituye otro caso excepcional el pasaje de la escritura dramática a la narrativa en el dramaturgo y director de teatro José Luis Michelotti, autor de una gran epopeya histórica sobre la inmigración en Argentina, la novela inédita Che gringo (2000). En 1995 publica su primer libro un escritor que luego abordará el género del ensayo, Eduardo Rodia (Fotocuentos y otros textos) y, dos años antes, en 1993, irrumpe igualmente con fuerza otra voz, la de Luis Carranza Torres con su Los cuentos de fuego. Por último, entre los más jóvenes surgen Andrés Dapuez en la línea vanguardista y posmoderna (Museo Dapuez, 1997), luego en el circuito underground y en una orientación afín a estética tanto de Roberto Arlt como de la beat generation, la obra narrativa del poeta nativo de Ballesteros Iván Wielikosieleck (Almas mediterráneas, relatos, 1995 y Desarmadero de hombres, novela, 1997), y en el interior de la provincia (Río Tercero), haciéndose acreedor a diversos premios por sus cuentos, Sergi Colautto. En lo concerniente a grupos literarios, el más estable es “El caldero de los cuenteros”, dirigido por la crítica Susana Chas y los poetas León Vargas y Leonor Mauvesín, que publica su primera antología en 1994. En cuanto al interior de la provincia, en la zona geocultural de Traslasierra publica su primer libro Desde traslasierra (1992) José María Castellanos, diestro creador del relato humorístico regional y de su picaresca serrana.
Si hasta la década del 70 tendencias estéticas podían unificarse en dos grandes alas, por un lado el realismo regional y urbano con matices oscilantes entre el costumbrismo y la representación de lo legendario, mágico y mítico y la indagación existencia o psicológica y, por otro, el fantástico en todas sus variaciones-lo extraño, meta psíquico, la ciencia ficción, la anticipación futurista, la alegoría y la parábola de intención metafísica-, desde hace por lo menos veinte años, la narrativa de Córdoba se ha abierto a planteos innovadores. Sin desestimar la eficacia estética de los cánones fantástico y realista que siguen manteniendo su prestigio y sus cultores, o aun inscribiéndose en ellos o refutándolos, los nuevos escritores han introducido el discurso testimonial que denuncia problemáticas socio políticas (Dalmaso Martínez, López, Campbel, Bigi,
Carranza, Aguinis, Posse, Boixadós, Rodríguez), el policial (Gribaudo, Aurora, López),las reivindicaciones del género sexual (Cabrera Álvarez) y la experimentación con los registros discursivos (Oviedo, Shapira, Lardone, Dapuez, Toya, Schilling). Estas consideraciones –que no pretenden ser una clasificación sino una orientación- son sólo estimativas, pues de hecho con la irrupción de la posmodernidad los objetos culturales superponen y entrecruzan sus mecanismos constructivos, dificultándose su categorización en una estética unívoca, si bien puede afirmarse que en la Córdoba de fin de siglo prevalece un objetivo común en el que es posible cifrar grandes expectativas: la preocupación por el lenguaje, la implementación renovadora de técnicas y procedimientos discursivos, la indignación de afiliaciones, cruces e intertextualidades, la reflexión sistemática, académica y ensayística, en suma, una vasta enciclopedia plural que recupera aquello que, en toda literatura, es el motor de la creatividad y el talento; el ejercicio autocrítico y consciente del propio oficio.
Lic. Patricia Rennella.

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